7 de abril de 2025
Darwin Núñez en un partido con el Liverpool.

Darwin Núñez nos salvará

Darwin Núñez en un partido con el Liverpool – Foto de: Steffen Prößdorf

Creo que ya es momento de parar con lo de “odio al fútbol moderno”. Entiendo por donde transita el sentido de la frase y por supuesto, yo también he tirado de ella para hacerme el intelectual futbolístico. Pero hay que entender que tras ese eslogan, no deja de haber un sentimiento de nostalgia que es puramente generacional. Porque a casi todos nos parece que lo de antes era mejor.

Por lo que sea, a nuestros hijos los vemos más tontos que a nosotros porque no rellenan mapas mudos (aunque sepan programar y hablar inglés desde los ocho años) y nuestros padres decían lo mismo de nosotros porque no nos habían enseñado los nombres de los reyes godos, ni lo que era Castilla la Nueva.

Pero teniendo eso claro, a mi nadie me va a quitar mi derecho a quejarme de lo que me dé la gana, ni me van a quitar mi derecho a criticar algunos aspectos del fútbol contemporáneo, desde mi punto de vista de un señor de casi cuarenta años. Por ello, hay una moda de la que me quiero despachar a gusto. Y es eso que hacen ahora los futbolistas que están en el banquillo de calentar sin la camiseta de juego puesta.

A mi me provoca una sensación de poco interés por parte de futbolista, de una escasa voluntad de entrar al campo. Ya me parece ridículo ver a un titular lesionado y que el vaya a entrar a sustituirle con urgencia tenga que perder el tiempo en vendarse los tobillos, rasgarse las medias por detrás o quitarse tres anillos y dos colgantes. Pero la imagen esa del jugador quitándose el peto y la camiseta de entrenamiento mientras el utillero busca la camiseta de una bolsa para dársela.

Pero amigos, el mundo puede ser maravilloso. De vez en cuando, entre tanto nubarrón emerge un rayito de sol. Y ese haz de luz tiene nombre y apellidos: Darwin Núñez. Desde ya es mi nuevo ídolo, y sólamente porque en un Liverpool – Everton en el que fue suplente, viéndole calentar se transparentaba a través del peto su dorsal y su número. Llevaba la camiseta puesta. ¿Por qué? Porque el banquillo le quema, como los sofás aquellos de un programa de Televisión Española que presentaba Raffaela Carrà y que acaloraba a los inocentes invitados mientras nosotros veíamos sobreimpresionada la temperatura de la tapicería de skay.

El uruguayo estaba con el picorcito de jugar el derbi, de correr por el campo, de hacer su gol. Si el entrenador te llama para entrar, esprintas, te quitas el peto y a jugar. Pero Darwin es la esperanza de un mundo mejor. No todo está perdido. 

Sin embargo, a pesar de mi recién adquirido fanatismo por el delantero, he de decir que a mi socia le hace gracia que alguien se llame Darwin. Le parece pretencioso llevar el nombre de la persona que elaboró la teoría de la evolución. Sin embargo, no se sorprende tanto de que estemos rodeados de gente que se llama Jesús. Llamarse como el hijo de Dios si que es fliparse. ¿Os imagináis que ahora a la gente le diera por llamarse ‘Dios’? «Hola buenas, me llamo Dios García, venía por la oferta de reponedor». Eso sí que es mirar cara a cara al creador y no lo de la clonación.

Darwin Núñez en un partido con el Liverpool.

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