Recientemente se ha vuelto hablar mucho del anuncio aquel de Nike de la selección brasileña liándola en un aeropuerto. Aquel del ‘Obá Obá’. Todo ha sido culpa del documental sobre la España de Clemente que ha producido Movistar en la que el entrenador hacía la broma de que si lo hubieran tenido que rodar ellos, se habrían cargado el aeropuerto.
Aquel anuncio nos impactó a los críos de la época. Incluso los ambizurdos como yo en nuestras pachangas callejeras tratábamos de hacer un par de bicicletas mientras cantábamos el ‘Obá Obá’. Pero el anuncio de Nike no sólo fue importante por su calidad audiovisual, sino porque reflejaba la imagen que teníamos por aquel entonces de la canarinha y de los jugadores brasileños. Por aquel entonces Brasil era regates, bicicletas, caños y chilenas.
Vivíamos convencidos de que los brasileños sólo podían ser delanteros, mediapuntas y extremos habilidosos. Pero eso no era cosa de críos. A mi padre siempre la escuché decir aquello de que los porteros y los centrales brasileños eran malísimos. Y creo que sigue pensando lo mismo. Yo probablemente coincidía con él porque como buen hijo que todavía no era adolescente, lo que dijera mi padre iba a misa.
Sin embargo, creo que las cosas han cambiado bastante. En Brasil empezaron con Lucio y no pararon de sacar centrales contundentes a la par que finos y exquisitos en el remate a balón parado. Tal fue el excedente de producción que a la selección les sobraba alguno que acabó yéndose a Portugal (véase Pepe).
La escasez de defensas y porteros brasileños en el fútbol de antes seguramente tenía más que ver con las limitaciones que había con los extranjeros. Al final, si te tenías que gastar los cuartos en un jugador de fuera, tirabas más por alguno de ataque que te ganara partidos. Defensas feos y contundentes ya teníamos bastantes aquí, no era necesario importarlos. Y menos en una época en la que al central no se le pedía acariciar la pelota, sino pegar duro y quitarse el balón de encima.
Luego los brasileños montaron también la fábrica de porteros. El primer prototipo no salió del todo fino (el Dida 1.0). Luego llegaron los Diego Alves o Julio Cesar, hasta perfeccionar el modelo con los Ederson o Alison. Hasta entonces, el portero molón era Rogerio Ceni, no por lo que parara, sino por la extravagancia de tirar faltas y penaltis. Eso era un brasileño de verdad.
Esto del talento brasileño se podía extender a cualquier ámbito. En mi instituto había un chaval brasileño. Un tipo muy tímido que siempre andaba con su monopatín y su ropa ancha, pero que no tenía ni idea de jugar al fútbol. Un colega nuestro decía que era el único brasileño que conocía que era malo jugando. Hasta ahí llegaba el prejuicio. Pero la verdad es que no conocía a ningún otro brasileño.
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