No hace mucho que hubo otro parón de estos de selecciones. Ya hablé aquí de lo que odio esos fines de semana sin liga, sin Premier, sin polémica. Ah no, sin polémica no. En este fin de semana de partidos intrascendentes, al menos para los que ya han hecho los deberes, ha vuelto no de los clásicos: las lesiones.
Camavinga reventado, Vinicius reventado, Gavi reventado… Que si el calendario es una mierda, que si los sueldos los pagan los clubes, que si el espectáculo se resiente, que si este o el otro no volverán a jugar en no sé cuantos meses. Bueno, un poco la historia del calendario que nos regala la FIFA.
Sin embargo, las lesiones son una unidad de medida diferente en ese otro fútbol del que también me gusta hablar. El amateurismo. El fútbol auténtico de las ligas locales y sobre todo del que me siento partícipe. La liga del domingo de un equipo de cuarentones en el que las lesiones son una preocupación como en todas partes, pero con otra vara de medir.
Al menos en mi equipo, la cantidad de lesiones tras un partido es la manera de medir el éxito. Como normalmente no podemos presumir de resultados, que en uno de esos partidos no haya ningún lesionado es motivo mayor de celebración que rascar los tres puntos. Claro, hablo de un fútbol en el que ya antes de que empiece el choque, el banquillo huele a réflex y a pomadas de profundos olores para evitar una posible lesión muscular. Porque los músculos cuarentones ser resienten con mucha facilidad. Sobre todo, en un fútbol en el que lo de calentar es un concepto que no existe.
Las lesiones son parte del folklore del fútbol de dominguero. Hay una frase que me gusta mucho, que sólo se entiende a partir de los treinta años, que es la de “que mañana curramos”. Mítica cuando alguien recibe una entrada un poco más fuerte de lo normal, o una carga que se excede del antiguo término de ‘legal’ y que te hace caer al suelo, aunque realmente haya sido por un problema psicomotriz inherente a la edad. Antes de los treinta eso no se escuchaba, porque lesionarte un tobillo y no ir a la universidad o al insti era casi un premio.
Antes de los treinta el olor en la pachanga es a alcohol. No hay nada que me haya dolido más en un partido que marcar a un tío que está evaporando todas las copas de hace un par de horas y que se te vaya con facilidad en todas las jugadas. Pero volviendo a las lesiones, lo mejor de antes de los treinta era que no te lesionabas.