A lo largo de la vida, la mayoría de las personas (sobre todo los que somos algo mediocres), nos hemos sentido humillados en alguna ocasión. Pasar por debajo del futbolín cuando ni tu pareja ni tú habéis sido capaces de marcar con esos futbolistas de madera es humillante. Que se te raje el pantalón vaquero saltando la valla de un campo de fútbol de tierra en las fiestas de Getafe y vivir un concierto entero con media nalga al aire también lo es. Y aunque parezca difícil, es posible cuando apuras unos vaqueros de quince euros.
Pero de los grandes gurús del balompié, de los genios de la táctica, de los inventores del falso nueve, llega a nosotros el colmo de la humillación: el futbolista que se tumba en la barrera. Lo habréis visto en algún partido. Para evitar la picaresca de los que tiran las faltas por debajo aprovechando el salto de los jugadores, algún iluminado decidió que alguien tenía que ser el héroe que evitara esos goles. Ahora en todo lanzamiento directo, hay un tipo que debe tirarse al suelo con el único objetivo de recibir un pelotazo en el culo, espalda, o por qué no, en la nuca.
Ese tipo que se tumba en la barrera es el equivalente en mis tiempos mozos del lateral derecho. Cuando de crío te iniciabas en esto del fútbol, los entrenadores te probaban en alguna pachanga y según tus aptitudes te asignaban una posición. ¿Tienes buenos reflejos y síntomas de TDH? Portero. Que te chuleabas a todos los rivales y no se la pasabas a ningún compañero, mediapuntita-capitán. Gordo, pero más alto que el resto y con una pierna poderosa, pues central. Así hasta completar el once . Y cuando ya estaban todos colocados, el que no valía ni para estar escondido era condenado al mayor de los ostracismos: carrilero derecho. Pero lateral de los de antes. De los que no pisaban el área contraria en la vida. El que parecía más central, pero que tampoco tenía esos galones porque no iba bien al corte, ni tenía cuerpo para chocar. Un paria.
¿Cómo será esa charla entre entrenador y jugador para asignar la función de tumbarse en la barrera? Para evitar polémica, usemos mi nombre: Raúl. Y de entrenador nos imaginamos a un tipo en chándal, gafas de hipster, bigote y gorra con el escudo del club. Raúl está entrenando con el resto de compañeros. El técnico tira de silbato y reúne a sus muchachos: “Chavales, vamos a lanzar unas faltitas”. Mientras unos beben un traguito de agua y los que tienen talento para golpear se ponen serios, el entrenador llama aparte a Raúl: “Raulete”, le dice (por cierto, no le gusta). “El equipo te necesita. Vas a tener un papel fundamental en el juego de estrategia del equipo. Vas a ser el Bellow the wall” (en inglés suena muy bien). Raúl, que ya se estaba quitando las botas para irse a la ducha y llegar pronto a casa para jugar a la play se acerca:
— ¿Qué es eso míster? — dice Raúl con cara de poco interés.
— Es algo de vital importancia para la estrategia. Hace una semana estuvimos Lillo, Benito Floro, Jorge D’Alessandro, Cosmin Contra y yo en una casa rural en Navaluenga charlando de fútbol y dimos con algo que va a revolucionar la táctica del fútbol mundial.
El entrenador se acerca al futbolista, le pasa el brazo por los hombros y se lo lleva aparte. El secreto que le va a desvelar es de tal trascendencia que los párpados le tiemblan al técnico:
— Raulete, desde este fin de semana, cada vez que haya un lanzamiento de falta directa en nuestra contra tendrás un papel de gran importancia — el entrenador hace una pausa dramática y mira al infinito — Te vas a tumbar a los pies de tus compañeros por detrás de la barrera. Todo lo largo que des y de espaldas. Si algún pícaro lanza la falta por debajo, ahí estarás tú. Nuestro héroe. Cuando lo vea Messi se va a cagar encima. Venga, ve con tus compañeros que vamos a practicarlo.
— Pero, si la barrera es de esas de mentira. De muñecos de chapa. No creo que salten.
Al entrenador le da igual. Ya se ve en las portadas del lunes.
Por suerte me dio por jugar al fútbol sala. Ahí nadie salta en la barrera. Ya me tocó pasar demasiadas veces por debajo del futbolín y en según en qué bares, arrastrarse por el suelo no es agradable. No es necesario más humillación que esa.