Cuando éramos pequeños, en aquella época en la que jugábamos al fútbol en la calle, había una costumbre habitual entre los que nos congregábamos entorno a esas porterías hechas con chaquetas de chándal. Era la de pedirnos el nombre de un jugador. Como sí aquella identificación imaginaria nos transfiriera las habilidades del futbolista. En mi infancia nombres como Ronaldo, Raúl o Rivaldo eran muy demandados. Pero hubo un día en que yo grité: “Yo me pido Ilie Dumitrescu”. Obviamente, nadie entendió aquel arrebato.
La mañana del 19 de marzo de 1995 estaba flipado. No porque fuera el día del padre y probablemente comería en un restaurante. Era porque la noche anterior vi un Athletic de Bilbao – Sevilla que me tuvo pegado a la retransmisión de Telemadrid por la presencia del que para mi era el nuevo Maradona. En aquel encuentro nacía ‘El vampiro de Nervión’. Dumitrescu, que había llegado cedido al Sevilla de Luis Aragonés desde el Tottenham Hotspur, driblaba rivales, no erraba un pase y encima le marcó un gol al Athletic.
Para el niño de diez años que presenciaba aquello en el salón de su casa, la impresión fue desorbitaba. Aquel rumano dio una exhibición que por unas horas me convirtieron en sevillista e hincha incondicional de la selección de Rumanía. La fiebre se pasó rápido. Nunca más volví a saber de él, o al menos no tengo el recuerdo. También es verdad, que la facilidad de ver partidos en esos años era menor a la de hoy en día.
Y sin que sirva de precedente, en esta ocasión me voy a saltar la norma esencial de esta sección. Si la premisa es hablar solamente desde el recuerdo, esta vez he hecho una excepción. He vuelto a ver aquel partido de liga disputado en San Mamés. No ha sido muy difícil dar con el mismo, porque Ilie Dumitrescu sólo marco dos goles con el Sevilla. Uno fue en Copa del Rey ante la Cultural Leonesa y el otro este de la jornada 26 de liga de la temporada 1994/1995. Y añadiré que ver este partido me ha obligado a rascarme el bolsillo.
El resultado de este ejercicio ha sido el esperado. La mente es selectiva y se queda con lo que más le interesa. Y si es la de un niño, más todavía. Efectivamente, en aquella noche en la que el Sevilla echaba de menos a su estrella Davor Suker, Ilie Dumitrescu fue uno de los más destacados. Dejó sus detalles, marcó un gol e incluso se permitió el lujo de fallar un penalti. Pero con el partido visionado de nuevo, he de decir que de aquella noche debió de marcarme más la electricidad de Gabi Moya, el portento físico que era Moacir o la omnipresencia de un Rafa Paz jugando de lo que fuera demandando el encuentro.
También me resulta curioso que la actuación de Dumitrescu se me clavara de esa manera en el cerebro y otros detalles del partido no. Seguramente por los usos y costumbres de la época, porque ver a Luis Aragonés echándose un piti en el banquillo del Sevilla de manera tan natural, me choca ahora casi tanto como ver a Antonio Alcántara en Cuéntame cómo pasó fumando en un hospital.
Sea como sea, han pasado 28 años y en mi imaginario se mantiene aquella sensación de haberme topado con un futbolista llamado a pasar a la historia. Un jugador diferente. Siempre recordaré que un domingo por la mañana quise ser ‘El vampiro de Nervión’.