Si hablamos en términos de originalidad y de iconicidad, pocas camisetas pueden superar en estos dos aspectos a la de la Sampdoria. Sobre ese azul nada rompedor, aparecen esas franjas roja y negra rodeadas de dos blancas, símbolo de la fusión de varios clubes de Génova. Pero no, la historia de esta preciosa zamarra no es algo que nos preocupe. Lo que buscamos es hablar de emociones. De lo que puede evocar una camiseta.
Lo que me transmite la camiseta de la Sampdoria cuando se planta ante mis ojos es simplemente placer. El de dejarse caer en el sillón, encender la televisión y dejarme llevar por el espectáculo. Por el simple acto de disfrutar del partido como el que va a la sala de cine a disfrutar de una película comercial llena de mamporros y explosiones. Porque para mí esa camiseta me evoca sin duda alguna a Antonio Cassano.
La Sampdoria se convirtió en el lugar ideal para él. Y no sé si vimos su mejor versión, pero si de algo estoy convencido es que vimos al más libre. Probablemente el Cassano más feliz. Más incluso que a aquel del Real Madrid que, tergiversando un poco una de las frases favoritas de José Ramón de la Morena, “comía cruasanes por los sobacos”.
Su paso por Génova fue volver a las raíces. Al Cassano que le pegaba patadas al balón por las calles de Bari sin presión, ni preocupación ninguna. La camiseta de la Sampdoria le daba carta blanca a su creatividad, una especie de laissez faire aplicado al fútbol. Porque el equipo estaba por debajo del talento del delantero.
Como sería la cosa que en un partido ante el Catania, cuando el árbitro no pitó lo que Cassano consideraba oportuno, se largó del campo. Pero no pasó nada. Hasta el presidente de la Samp le quitó importancia diciendo: “dejó el terreno de juego por un estiramiento muscular, tras haber recibido varios golpes; por lo tanto no hay problema alguno”.
Como tiene que ser tu carrera para que se inventen un término para definir estas situaciones conflictivas: Cassanate. Pues ni cassanate ni cassanato. Antonio Cassano hizo que todos los fines de semana esperara ansioso la hora a la que jugaba la Sampdoria. Porque aquel Cassano era un abrazo a la nostalgia. Un guiño a esos jugadores en peligro de extinción. Los regateadores, los fantasiosos, los divertidos. En definitiva los que entienden que el fútbol es menos trascendental de lo que nos quieren hacer creer. Que a fin de cuentas, el fútbol es un juego, y como tal, no tiene que ser otra cosa que divertido.