Mi cerebro hay veces que funciona de manera independiente, generando conversaciones que nunca han existido, pero que acaban por generar una sensación de realismo bastante fuerte. El otro día tuve una de esas en la Feria del Libro de Madrid con el escritor Manuel Jabois. Se suponía que iba a estar en una caseta firmando libros, pero no le llegamos a ver. Aunque en mi mente sí que se produjo ese encuentro.
Llevábamos encima un ejemplar de Nos vemos en esta vida o en la otra con la idea de que lo firmara. O no, porque a mi esas cosas me dan mucha vergüenza. No sé de qué hablar con gente que no conozco de nada y si no hay cola parece que te sientes en la obligación de dar palique al autor. No se dio la situación, pero en mi mente el encuentro con Jabois comenzó así “Manuel, ¿qué va a ser de la vida sin Tono Kroos?”
En esa falsa conversación, Jabois llegó a la conclusión de que era el momento de ver a un Bellingham más organizador del juego, que ese llegador y goleador al que nos hemos acostumbrado. “Veremos al Bellingham del Dortmund”, me aseguró en mi imaginación. Pero claro, ya que la fantasía era mía, quise quedar por encima de él intelectualmente: “Creo que te equivocas Manolo” (yo ya cogí confianza), “el gol genera una gran adicción y no sé si Bellingham estará dispuesto a desengancharse. Cuando eres un adicto, hay que tener la convicción plena de que quieres dejar ese vicio”.
Marcar goles debe de producir una serie de secreciones en el cerebro que dan paso a un estado de euforia difícilmente explicable y parecido al efecto de las drogas. Y digo debe porque mi experiencia en el ámbito del gol y de las sustancias psicotrópicas brilla por su ausencia. Eso me hace pensar si Jude Bellingham, con la ausencia de Kroos y la llegada de Kylian Mbappé, va a ser capaz de renunciar a esa posición que le ha incitado a probar con asiduidad la droga del gol.
Lo bueno es que esa tarea de convencer al bueno de Bellingham es Carlo Ancelotti. De convencer a Manuel Jabois de la existencia de este problema en el Real Madrid ya me ocupé yo, aunque él no lo sepa.