Este fin de semana ha sido de esos de agenda completa. No me gustan esos findes de semana. Y no me gustan porque me quitan tiempo de disfrutar del sofá de casa, de vivir un rato sin hacer nada de nada mientras divago sobre alguna tontería. También porque me fastidia los compromisos futboleros del fin de semana, sobre todo con la Liga y la Premier League.
Sólo he tenido la oportunidad de ver dos partidos, aunque por lo menos han sido los que me implicaban emocionalmente. Los resultados han sido dispares: por un lado una cómoda victoria y por otro una desesperante derrota, que por otra parte era totalmente esperada. Y a lo que quiero llegar es a lo siguiente: ¿por qué lo malo, lo negativo, puede con lo positivo? ¿A qué se debe que tras sacar tres puntos en uno de los partidos y perder el otro, es el segundo el que me marca el resto del domingo?
Si aplicáramos la lógica, sentimiento positivo más un sentimiento negativo deberían dar como resultado uno neutro. Una sensación que a la pregunta de «¿Cómo estás?» contestara «pues ahí andamos». Es decir, que ni bien ni mal. Pero no, la derrota nos agría el carácter. Y nos afecta más emocionalmente que lo alegre. Es un poco triste.
El problema es que en el fútbol la lógica no existe. Si la tuviera viviríamos con la consciencia de que realmente no formamos parte de lo que sucede en el campo y por lo tanto, no influimos en lo que ahí pasa. Porque nos implicamos de una manera absurda, aunque inevitable, con los que vemos pateando el balón jornada tras jornada. Se nos escapan las lágrimas por algo incontrolable por nuestra parte.
Me lo he planteado muchas veces viendo partidos, sobre todo esos que te cabrean y desesperan. Trato de razonar y buscar una explicación a por qué me puede fastidiar un partido el fin de semana. Llego al punto en el consigo ser consciente de lo absurdo, hasta que me entra ansiedad. De esa que te da cuando intentas encontrar la explicación a que el universo es infinito o a que antes de que se generase vida o surgiera nuestro planeta, había algo, porque siembre lo ha habido.
Pero al final del bucle, cuando la cabeza llega al tope, el narrador del partido canta un gol. Otra vez es en contra de tu equipos. Tu cerebro vuelve a la Tierra y tu razonamiento se desmorona. Otra vez estás de mala leche. Otro domingo más que cenarás con el runrún en la cabeza. Maldito fútbol.